Cientos de miles de años hemos ido tras la búsqueda del saber. Irónicamente las sociedades han ido fortificando las estructuras cognitivas. Las fábricas, fueron gestando nuevas tecnologías que a su vez crearon otras nuevas e interesantes formas de pensar y crear. Los científicos regeneraron las posibilidades de una vida eterna y cargada de futuros descubrimientos relacionados con el genoma humano. La vida del siglo XXI se hizo extremadamente dificultosa, la relación entre los hombres fue mutando y generando diferentes formas de comunicación que atentan contra las leyes de la naturaleza. “El hombre como centro del universo”. A medida que nos acercamos a los umbrales del progreso, podemos afirmar que la humanidad retrocede, y es por esto que seguimos en la búsqueda de lo espiritual.
Quien no se preguntó alguna vez ¿de donde venimos y hacia donde vamos?
Las respuestas pueden ser múltiples, pero: ¿quién tiene la verdad absoluta? Solo aquella persona que supera la calidad de hombre y se resiste a ser succionada por el agujero negro de la incertidumbre, puede determinar que el paso del tiempo es solo parte de la vida. Puede generar superestructuras mentales que difieren en tiempo y espacio y que se desarrollan a partir de la expansión de los átomos y moléculas que contiene un cuerpo y que a su vez son contenidas por este. Si buscásemos ejemplos de perpetuidad en el tiempo, diríamos que lo único que puede perdurar son nuestras acciones y pensamientos, pero ¿que sucede si esos ciertos ejemplos se constituyen en algo totalmente real a partir de la coalición de los cuerpos inanimados? Las preguntas metafísicas siempre rondan, aunque sea en la zona muerta del cerebro y constituyen una parte importante en la mente humana. La máxima preocupación se ve reflejada en todos los estudios del cerebro, parte fundamental donde reside la conciencia humana. Por años las personas fueron delegando en el cerebro las diferentes formas de cognición. Hoy en día se delega en computadoras personales, en teléfonos y en otros tantos medios de almacenamiento, pero esto no significa que la persona haya creado anticuerpos y mucho menos que pueda resistir al paso del tiempo. Los fenómenos circunstanciales inundan de sonrisas la televisión y esparcen sus rostros por la Internet. La generación mutante, como denomino a las nuevas criaturas que dicen llamarse humanos, sienten desprecio por el paso del tiempo. El verdadero fracaso es sentirse tristemente atemporal, “no soy de aquí, pero tampoco soy de allá”. Pasa por la cabeza de los seres terrenales la hipocresía de sentirse vivo en este mundo materialista que nos bombardea con cariñosas publicidades pacatas y llenas de mentiras que se traducen en engaños. Los vivos gozan de los beneficios de esta vida a través de lujosos autos, lindas vestimentas y casas que alimentan los sueños más sofisticados de los nuevos consumidores. El verdadero espíritu reside en lo profundo de nuestro corazón, y por más que podamos investigar todo nuestro cuerpo, hay una parte que puebla nuestros sentidos y que a veces inconcientemente la utilizamos y es la razón, aquella que en este momento nos hace sentir realmente lo que queremos ser y no puede ser detectada por ningún aparato, por más avanzado que sea. Es nuestra capacidad de discernir, es la esperanza de la humanidad, es la búsqueda de la verdad. Y como toda búsqueda, siempre hay un tesoro.